En su tercera encíclica, firmada el sábado 3 de octubre de 2020 en Asís y difundida el domingo 4 de octubre, el Papa Francisco propone la terapia de la fraternidad a un mundo enfermo, y no solo por la pandemia del Covid que ha golpeado al mundo, a las naciones, a las familias, a las personas. El texto de referencia es el documento de Abu Dhabi, y el modelo es el del Buen Samaritano. Una “mirada mundial de las migraciones” es la petición del cuarto capítulo. En el quinto, el Papa Francisco dibuja el perfil del “buen político” y advierte contra el “populismo irresponsable”. “El mercado por sí solo no lo resuelve todo”, escribe el Papa, esperando una reforma de la ONU. “El Holocausto nunca debe ser olvidado, nunca más la guerra”.
En esta encíclica el sueño del Papa Francisco es tener un instrumento político, capaz de reparar y regenerar tejidos y espacios sociales desgarrados y rechazados. La invitación es a ser capaces de suscitar la amistad social, como instrumento de transformación del mundo (Fratelli Tutti 183), habiendo trabajado primero la transformación de los corazones con una gran acción educativa (FT 167-169). El sueño de la hermandad universal es un instrumento entregado a muchos actores para su reflexión, así como a los cristianos y sus comunidades. También es posible soñar, según este escrito, en la economía y en la política. Las grandes instituciones internacionales deben volver a soñar, al igual que los organismos de los que nos estamos dotando para hacer frente a los desafíos sin precedentes de la globalización. Las propias religiones necesitan reavivar el instrumento del sueño, para exorcizar la violencia que busca socavar sus identidades. El Papa Francisco nos revela que es precisamente el encuentro y el diálogo buscado, construido y vivido con el mundo musulmán lo que ha alimentado su deseo de una fraternidad universal.
¿Pero este documento es en realidad solo un sueño? ¿Puede este escrito del Papa Francisco lograr cambiar en algo el mundo enfermo y agonizante en que estamos viviendo? El “Sueño” para nosotros los cristianos es más que una simple imaginación. Encuentra su plena realización (aunque todavía en progreso) en Jesucristo quien abrazó a todos desde la Cruz dando así el mayor ejemplo de fraternidad al mundo entero. Pero también este sueño encuentra su confirmación en las muchas figuras de santidad que el Espíritu despierta en la historia del mundo y de la iglesia, entre ellos, San Francisco de Asís cuyo legado permanece y entusiasma aún a muchas personas que quieren seguir sus ejemplos, igualmente el Beato Carlos de Foucauld (FT 286) que alimentó con obras su sueño de ser el “hermano de todos”. Y como no recordar todas las obras que lleva adelante la Iglesia para alcanzar este sueño de la fraternidad, una de las más relevantes los Bancos de Alimentos que buscan una seguridad alimentaria para personas de escasos recursos. Antes que renunciar al sueño de la fraternidad, que esta encíclica sea un motivo para buscarla con mayor pasión y amor.
Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad. Asimismo, cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. Si alguien cree que solo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad.
Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, CARTA ENCÍCLICA FRATELLI TUTTI Sobre la fraternidad y amistad social podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos». Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos. Las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión. Además, si en la redacción de la Laudato si’ tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos». No se trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en diálogo y de un compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla grandes temas planteados en aquel documento que firmamos juntos. También acogí aquí, con mi propio lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el mundo.
En este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más. Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld. Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «el hermano universal». Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
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