Esta sencilla pregunta llevó a Bill Simon Jr. a realizar una macroencuesta a diócesis, líderes en el campo de la evangelización y agentes de pastoral de Estados Unidos que dio como resultado un elenco con las 244 parroquias más vibrantes de todo el país. Estas son sus conclusiones:
En un contexto que tiende a la concentración de diócesis y de parroquias, en el que las vocaciones disminuyen de manera paulatina, con economías apretadas e inercias pastorales cada vez menos sostenibles, el cambio de paradigma se hace más que necesario Hace diez años, una encuesta del Pew Research Center atestiguaba que el 71 % de los protestantes procedentes del catolicismo en Estados Unidos reconocían que su transición se debía a que su antigua fe no satisfacía sus necesidades espirituales. Trasladando esta dinámica a nuestro entorno cabe preguntarse:
¿Qué parroquia estamos ofreciendo a los futuros evangélicos? ¿Qué vida espiritual ofrecemos hoy a los jóvenes que mañana dejarán la Iglesia, quizá para siempre? ¿Cuántas misas tiene que presidir un sacerdote semana tras semana antes de quemarse? ¿Solamente la Misa del domingo sirve para hacer crecer el amor a Dios y a Jesucristo? ¿Cómo pasar de un creyente sonámbulo a formar un discípulo misionero, audaz y feliz?
Simon ha identificado cuatro características comunes a las parroquias más pujantes: un liderazgo compartido, un discipulado maduro, una excelente experiencia del domingo, y una evangelización explícita e intencional.
En cuanto a la primera de estas notas, las parroquias excelentes tienen al frente no a un llanero solitario, sino a una persona que comparte su liderazgo con un equipo de laicos, en un modelo de gestión que tiene que ver con la corresponsabilidad y la delegación. Por eso, la conversión pastoral exige pasar de la clericalización al liderazgo compartido.
Un crecimiento espiritual programado
Si liderazgo es uno de los conceptos a asimilar para entender por dónde debe ir la nueva evangelización, con la palabra discipulado ocurre lo mismo. Es algo más que mera formación intelectual, un curso especializado o una serie de charlas. Es pasión por lo que uno vive y cree, y cómo lo hace crecer en sí mismo y en su entorno más cercano. Este crecimiento espiritual en la parroquia, que se manifiesta en un mayor amor a Jesucristo y a la Iglesia, es la característica principal que observan todos los párrocos y agentes de pastoral consultados para este estudio. El discipulado tiene como objetivo la madurez espiritual de los parroquianos y exige un programa estratégico definido, con recursos adecuados al nivel de cada cual. Esto no significa acumular actividades que al final se quedan solo en un mero entretenimiento para católicos; o, como se quejaba un párroco con humor: «hacemos cosas para SLM. ¡Siempre los mismos!». Hay multitud de herramientas de primer anuncio al alcance de las parroquias, así como otros recursos para quienes están más avanzados que refuerzan su sentido de pertenencia. Algo clave para la parroquia es la formación de pequeños grupos, sobre todo en las casas, fuera del edificio parroquial, para compartir la fe y la vida en un ambiente más íntimo y personal.
Además, el pulso del discipulado de una parroquia se percibe en el clima de oración que se respira. Si hay sed de conocer más a Jesús y la propia fe es porque la gente reza. Son dos elementos que se retroalimentan. En muchas ocasiones esto pasa por reservar ratos para la Adoración eucarística, una práctica que va en aumento cada vez en más parroquias.
Como dice uno de los párrocos encuestados: «La Adoración en cuanto tal no es necesaria. Pero, amigo, si no la tienes, ¡lo que te estás perdiendo! Si tienes gente que quiere venir a pasar un rato con Jesús, van a pasar cosas buenas».
También alimenta el discipulado la cultura de acogida de la parroquia, «que tiene que ver menos con ofrecer café y galletas que con preparar a los que están en los bancos para que salgan de sus zonas de confort y se conviertan en una presencia acogedora para los demás», escribe Simon.
Las grandes parroquias brillan los domingos
Sobre el domingo, ha de existir «un plan determinado y estratégico que comienza mucho antes de que salga el sol por la mañana. Hay que tomarse en serio el domingo». Uno de los párrocos lo resume en las tres H: hospitalidad, homilía e himnos (o cantos), y muchos han organizado un grupo de voluntarios encargado de saludar y acoger a los que llegan. Aquí entra todo: la persona que coge el teléfono, el cuidado de la web y de las redes sociales, integrar a os niños en la vida parroquial sin hipotecar la experiencia dominical de sus padres, planificar una liturgia acogedora, con una homilía esmerada y buena música, cuidar la iluminación y el sonido…, y hasta organizar un piscolabis al acabar la celebración.
Evangelizar, la asignatura pendiente
Un estudio reciente del Catholic Leadership Institute afirma que solo el 0,04 % de católicos estadounidenses son formadores de discípulos. Más que la asignatura pendiente es el desafío principal, y es preciso un cambio. “No se trata de llenar los bancos de la iglesia, sino de hacer saber a los demás el impacto positivo de Dios en nuestras vidas”, escribe el autor de Grandes parroquias católicas. Muchos párrocos manifiestan su propósito de haber pasado de la sola caridad a la motivación espiritual subyacente al servicio social; otros han aprovechado las celebraciones sacramentales para iniciar el anuncio; otros han organizado eventos y celebraciones de manera segmentada para cada perfil; y los hay que se valen de la tecnología para evangelizar. Se trata de crear una cultura parroquial atractiva que sea activa a la hora de invitar a próximos y alejados.
Simon destaca en este libro que el principal hándicap que tienen los líderes católicos es conformarse con que todavía hay gente viniendo a misa y que, por tanto, “no tienen que salir a buscar gente. La gente que ya está ahí es el fruto fácil de recoger”. Pero este panorama es engañoso y tiene fecha de caducidad. En cambio, propone “empezar a hacer discípulos de los que ya son nuestros”, porque “la nueva evangelización no comienza necesariamente fuera de la parroquia”.
Grandes parroquias católicas no es un libro solo para párrocos, es para todos aquellos laicos o sacerdotes que no se resignan a la inercia actual que aleja a muchos fieles de la Iglesia. Se trata de un catálogo de las mejores prácticas que supone un buen complemento para otros libros difundidos en español como La reconstrucción de una parroquia, de Michael White y Tom Corcoran, y Una renovación divina, de James Mallon.
El Espíritu Santo sigue soplando, lleva 2.000 años haciéndolo, y siempre lleva a la Iglesia a un terreno en el que uno no sabe a dónde va, pero es preciso dejarse llevar para que los odres viejos no estropeen el vino nuevo que nos ofrece Cristo en cada generación. Es precisamente la parroquia el lugar donde se da en el siglo XXI la nueva evangelización. Es un bastión que ya está ganado, pero debe salir de sí misma y renovarse para seguir conquistando almas para Cristo.
El Papa Francisco afirma en Evangelii gaudium: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación”. Es la hora de que la parroquia abandone sus prejuicios sobre sí misma para transformarse en este cauce adecuado. Es la hora de la parroquia, y solo las que se renueven podrán no solo sobrevivir, sino cumplir el mandato del Señor: “Id al fin del mundo y haced discípulos”.
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