El discernimiento es el tesoro de la espiritualidad católica en general -y el de la espiritualidad Ignaciana en particular-, la joya más preciosa es el aprendizaje del discernimiento como capacidad para distinguir no sólo entre el bien y el mal, sino entre lo bueno y lo excelente, lo cual se refiere siempre a la voluntad de Dios.
La importancia de que, desarrollemos el discernimiento es un tema transversal en las Sagradas Escrituras, en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, y además de probada trascendencia en la vida espiritual de los creyentes y en los frutos que se deriva de ello. La Virgen María sabía que lo mejor para ella, para los demás, y para el Reino de Dios, era cumplir en todo momento, la voluntad del Padre con alegría; por eso en algunos trazos de los evangelios, podemos vislumbrar en ella a una mujer de discernimiento profundo. Y esto se percibe particularmente, en sus palabras, en sus silencios, y en su modo de obrar.
La Madre de Dios es para nosotros un modelo que nos ayuda a dejarnos guiar dócilmente por Dios. A ella fácilmente podrían referirse las palabras de Jesús, cuando dice: “Mis ovejas conocen mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27).
San Ignacio también enseña que, el discernimiento interior consiste en reconocer los espíritus y sus mociones o movimientos interiores. Por eso en sus reglas de discernimiento subraya que en nosotros hay “voces” (pensamientos o mociones) que pueden reducirse a tres fuentes:
- La diabólica (tentaciones sutiles).
- La natural (el propio gusto o voluntad propia).
- Y la divina (las inspiraciones de Dios).
Posiblemente este es el motivo por el cual en el Evangelio de Lucas 1, 26-56 -en la Anunciación y en la Visitación-, Dios nos presenta en María un modelo de discernimiento para:
- Distinguir el origen de los pensamientos y deseos.
- Conocer la voluntad de Dios.
- Concretar y llevar adelante el proyecto del Señor.
La prudencia en el discernimiento
Recordemos y analicemos algunos de los versículos que aparecen en el Evangelio de Lucas: “El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: ‘¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo’. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo” (versículos 28 y 29).
María discurría y examinaba que podría ser aquel saludo, y si la presencia fulgurante y misteriosa que se le presentó era un ángel de Dios o si por el contrario era un ángel de Lucifer, que escondido bajo forma de ángel de luz, se presentaba para confundirla y conducirla por caminos errados. Estas formas sutiles de tentaciones a las que son sometidas las personas buenas es a lo que se refiere el apóstol Pablo cuando dice: “El mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Co 11, 14).
El hombre o la mujer que busca desarrollar el discernimiento y hacer la voluntad de Dios es también una persona prudente. La prudencia se tendrá al juzgar la conveniencia o no de la propuesta, así como también al juzgar el origen de esa moción. Sin embargo, tengamos en cuenta que la prudencia no significa pasividad y temor, sino por el contrario, es la concentración inteligente de la fuerza, para ponerla en acción en el momento oportuno y de la manera adecuada.
El cardenal Leo J. Suenens al referirse a este tema, sostenía lo siguiente:
“El carisma del juicio se basa en la prudencia y ésta aspira a ir hasta el fondo de las cosas, sopesando bien el valor de los signos y de los testigos. La prudencia humana fácilmente juega a ‘lo más seguro’, y debe ceder el paso a la prudencia sobrenatural, la que no teme reconocer una acción de Dios en y para su Iglesia”.
Otro punto que me parece importante mencionar, es el poder que tiene la palabra pronunciada con autoridad espiritual, para que se realice en el corazón del oyente, lo que la palabra proclama; por lo cual leemos que el ángel le dijo: “No temas, María” (versículo 30). María, al liberarse de los temores y de los miedos naturales de todo ser humano, está más dispuesta para percibir la voz del Espíritu de Dios, no solo a través del ángel, sino en la voz de Dios, que habla a la conciencia de toda criatura humana que está atenta para escuchar. Muchas veces nuestros miedos, son tentaciones muy sutiles con los que Satanás toca las heridas de nuestra historia y alimenta la desconfianza en la providencia y el poder de Dios. Por eso, necesitamos como María, sacudirnos el miedo, preguntarle a Dios cuál es su voluntad para nuestra vida, y disponernos a cumplirla con serenidad y confianza.
Las preguntas en el discernimiento
“María dijo al Angel: ‘¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?’”. (Versículo 30). María en la Anunciación, ante la presencia de Dios (que a través del arcángel Gabriel irrumpe en su vida con una intervención fulgurante y misteriosa), reflexiona y pregunta, quiere saber el “cómo” de la acción divina y qué tiene que hacer para ser un instrumento útil en las manos de Dios. El peligro no está en hacer preguntas sobre el cómo y el cuándo, sino más bien en hacerse el sordo y no escuchar, o el no aceptar las respuestas y de las propuestas que nos vienen de Dios, como fue el caso del joven rico, a quien Jesús lo invita a dejar todo para seguirle, pero el joven se dio vuelta y se alejó, llevando consigo la tristeza a cuestas (Mt 19, 16 y ss.).
El preguntarle a Dios, y luego hacer silencio para esperar pacientemente su respuesta, es un paso esencial del proceso de discernimiento.
Tal vez te preguntarás, pero ¿cómo responde Dios? La respuesta no es tan sencilla. Gran parte de la capacidad para escuchar los susurros del Espíritu Santo consiste en, como María:
- Bajar el nivel de ruido mental o emocional que es provocado por la ansiedad.
- Ejercitar la escucha interior, intentando distinguir aquellos pensamientos que vienen de Dios a otros que proceden de nuestra propia humanidad.
- Pedir la gracia de la santa indiferencia, la cual no quiere decir que a uno no le importa nada, sino más bien, que se está dispuesto para hacer aquello que Dios pide, aun cuando esto signifique una gran renuncia.
- Ser conscientes de que Dios nos habla a través de las necesidades de la humanidad y de la Iglesia, y que provee a algunos de capacidades y talentos adecuados, para responder a esas necesidades.
- Aprender a leer los signos de los tiempos, que forman parte del lenguaje de Dios. En el caso de la Virgen María ella sabía que el pueblo estaba a la espera del Mesías y que tenía necesidad del Salvador.
- También Dios puede hablarte por medio de las sagradas escrituras, a través de un acompañante espiritual, e incluso en medio de la noche en sueños, como fue el caso de José, esposo de María.
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