Un sacerdote no puede sentirse satisfecho porque en la Iglesia se tengan espléndidas funciones, se entonen los cantos a la perfección, se practiquen miles de devociones, etc.; no puede sentirse a gusto por ciertas iniciativas como peregrinaciones, procesiones; o que el pueblo admire en una predicación su elocuencia; que algunas personas se extiendan en conceptos muy espirituales; tampoco se puede contentar de que se haga por parte de todos o casi todos la Comunión pascual, el matrimonio en la Iglesia, la sepultura eclesiástica, etc. Todos esos son medios, pero el fin principal es cambiar los pensamientos humanos en cristianos, los afectos humanos en afectos cristianos, las obras humanas en obras dignas del cristiano. Es necesario que el hombre sea cristiano no solo por el bautismo, no solo en la Iglesia, sino en la casa, en la familia, en la sociedad, en todas partes.
El sacerdote es enviado como pescador de almas en el mundo. Él debe, por tanto, vivir en el mundo e iluminar la sociedad con la luz del Evangelio, un mundo al que tiene que sanar con el sol de la gracia de su sagrado ministerio. Él será un gran apóstol en la medida en que sabrá vivir con altura su relación con las personas. Sus relaciones deben ser santas para santificar. Es inútil decir que las relaciones del sacerdote con las personas son difíciles. Conocemos muy bien las palabras de Cristo: “Los envío como corderos en medio de lobos” (Cf. Lc 10, 3; Mt 10, 16), y estas palabras no están privadas de sentido ni fueron dichas por acaso. Nos hará muy bien, entonces, estudiarlas en cuanto que, asumiendo actitudes de prudencia y sencillez, logremos ganarlos a todos para Cristo.
Un sacerdote párroco si es muy sabio será estimado, si es poderoso será temido, si predica bien será escuchado, pero solo el sacerdote lleno de caridad será amado por sus feligreses. Un sacerdote que está en una parroquia debe tener cuidado de evitar aquella vida solitaria y apartada que se consume casi toda entre las paredes de la casa parroquial, haciéndole insensible y desconociendo lo que está sucediendo con la población: sus peligros, sus alegrías, sus dolores y similares. El padre piensa siempre en los hijos y el pastor conoce bien sus ovejas.
San Pablo decía que había llorado con quien lloraba, se había gozado con quien estaba contento y había pasado de casa en casa dando avisos y predicando; los santos Sacerdotes eran hombres de retiro y de oración, pero al mismo tiempo de una caridad expansiva, de un celo creativo y con una íntima relación con su pueblo.
Los principios de la mentalidad sacerdotal son dados por el Evangelio. El sacerdote debe tener una recta mentalidad humana, cristiana, religiosa y, por supuesto, sacerdotal. Esta mentalidad está constituida por tres elementos: profunda convicción de la verdad, de la moral y de la liturgia; un gran amor por las almas, fortaleza de voluntad. El sacerdote en su amor a Dios y a la humanidad, todo aquello que es y tiene, lo quiere ofrecer por ellos: ciencia, salud, oración, fuerzas y la vida misma. Es la mayor caridad que puede vivir “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Los discursos del sacerdote eterno Jesucristo a los Apóstoles, si se ponen todos juntos, forman toda la mentalidad sacerdotal.
El sacerdote debe formarse una conciencia sensible y realista de los tiempos y de nuestros deberes hacia las personas. Hoy el gran mundo, la juventud, la clase dirigente, reciben cada día otras doctrinas, escuchan otras teorías en la radio, asisten a muchos espectáculos a través del cine, están siempre pendientes del televisor… a menudo con contenidos que atentan contra la moral. El sacerdote, en cambio, predica a un pequeño y casi desaparecido rebaño, con iglesias casi vacías en muchas regiones. ¡Nos dejan solo los templos cuando nos los dejan y se llevan las almas! Será, entonces, muy útil considerar las palabras del Cardenal Elia Dalla Costa: “O nosotros miramos con valentía la realidad, más allá del pequeño mundo que está a nuestro alrededor, y entonces veremos urgente la necesidad de un cambio radical de mentalidad y de método; o de todas maneras en el espacio de pocos años encontraremos un desierto alrededor del Maestro de la vida; y la vida justamente nos eliminará como ramos muertos, inútiles, que solo hacen estorbo.
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