Soy sacerdote y quería sugerir algo sencillo: el Tercer Domingo del Tiempo Ordinarioserá el día que el Papa ha pedido que se dedique a la Palabra de Dios, a la Sagrada Escritura, como se indica en Misericordia et Misera (n. 7) y como establece el Motu Proprio “Aperuit illis”. Como tengo alguna experiencia de la dificultad, por parte de los sacerdotes, de acoger las novedades, no estaría mal “ayudarnos con alguna indicación” para facilitar este día especial, que - en mi opinión - exaltaría el Verbum Domini,así como el día del Corpus Christiexalta laEucaristía. ¡Gracias!
Para responder al querido sacerdote, diríamos en primer lugar que somos afortunados de vivir en este tiempo. Estamos viviendo una temporada eclesiástica muy emocionante. Ciertamente la fatiga y las decepciones pueden ser muchas y los retos aún más por la crisis mundial que vivimos en estos tiempo de pandemia nunca vistos por muchos años. Los resultados en términos de número o calidad de nuestras comunidades cristianas a veces nos descorazonan como sacerdotes. Pero como bien ha señalado el sacerdote que nos escribe, a veces somos nosotros mismos, como sacerdotes, los que frenamos las posibles novedades en el campo pastoral, acostumbrados como estamos a tener nuestro propio esquema que funciona y a las dificultades y prejuicios que siempre tenemos para aventurarse en nuevas posibilidades.
El entusiasmo de este tiempo, para nosotros los sacerdotes, creemos que puede venir del hecho de que tenemos un alto Magisterio y un claro testimonio de pastor en el Papa Francisco. No menos que nosotros, él es consciente de las dificultades del anuncio cristiano en nuestros días, a lo que él llama un “cambio de época”, al que debemos prestar atención. Sin embargo, nuestro Papa no deja de lanzar sus desafíos a toda la Iglesia y al mundo con la confianza y la alegría del Evangelio. Seguirlo, o, mejor dicho, tratar de seguirlo, puede ser una oportunidad para dar impulso al esfuerzo ministerial. Muchos sacerdotes se han puesto en la tarea de contradecirlo y polemizar sobre algunas afirmaciones que ha hecho, muchos de ellos para hacerse famosos a través de estos co - mentarios en las redes sociales, pero ¿qué tal que nos decidiéramos a seguir sus recomendaciones en el campo pastoral? Ciertamente daríamos muchos pasos en la dirección correcta. Pasemos entonces a la pregunta en cuestión. Tam - bién en este caso somos muy afortunados. La her - mosa carta “Aperuit illis” con la que llamó al Domin - go de la Palabra de Dios en el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, ofrece muchas indicaciones y ra - zones para reflexionar sobre cómo entenderla y lle - varla a cabo. Por lo tanto, remitámonos a una lectu - ra cuidadosa y completa de la misma. Nos gustaría ofrecerles algo de reflexión a partir del documento y de la situación que estamos viviendo.
La importancia que la Palabra de Dios tiene para la vida de las personas y las comunida - des,así como para la Iglesia en su conjunto, no puede ser celebrada solo como un acto formal. Dedicar un domingo al año en parti - cular no quita el pensamiento de otro “día especial”.Más bien es una ocasión para “com - prender la riqueza inagotable que proviene del diálogo constante de Dios con su pueblo” (Aperuit illis, 2). El Papa llega a decir que “el día dedicado a la Biblia quiere ser no “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque necesitamos urgentemente familiarizarnos y entrar en intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de compartir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes” (Aperuit illis, 8). Esto implica, en nuestra opinión, dos aspectos.
El primero es que como sacerdotes no podemos pretender transmitir nada más que lo que vivimos, y por lo tanto el primer paso es una conversión real de los nuestros a la Palabra de Dios leída, meditada, rezada y proclamada. No es casualidad que el Papa insista -también en este documento (Aperuit illis 5)- en la adecuada preparación de la homilía dominical, así como en una asidua frecuencia de la Palabra de Dios Dios en la oración y el estudio. Si los fieles ven en sus sacerdotes -como sucede- un verdadero amor por la Palabra de Dios, son conquistados por ella, ya que el amor es siempre contagioso. Y es el mejor método, el de un testigo vivo, el que atrae y convence. El segundo aspecto es que -como el Papa Francisco nos enseña a menudo, estamos llamados a iniciar procesos, no a conquistar posiciones. El tiempo es superior al espacio (Evangelii Gaudium 222-225). Por eso la ocasión del domingo de la Palabra de Dios es un momento en el que, quizás a través de pequeños gestos concretos, podemos dar importancia a la Sagrada Escritura. Estas acciones las sugiere el mismo Papa Francisco: entronizar la Palabra de Dios, ofrecer a los fieles un texto bíblico, preparar a alguien para el ministerio de lector, etc., (Aperuit illis 3). De esa manera se inicia un camino de penetración y de amor a la Palabra de Dios en el pueblo, sin la prisa de ver resultados inmediatos. Lo importante, aunque no sea llamativo, es tener la confianza de que, una vez iniciado el proceso, se abrirá camino según los tiempos y formas que no siempre nos pertenecen.
Otra reflexión es que la propia liturgia, en todos sus aspectos, así como la catequesis, y toda la vida de las comunidades, puede ser el campo apropiado, no solo en “ese” domingo, sino en toda ocasión para dar valor a la palabra de Dios. Para la liturgia creo que ya tenemos numerosas indicaciones. Pero, podemos preguntarnos: ¿Por qué no llevar la Palabra de Dios también a las otras actividades y áreas? Pienso en la cantidad de reuniones o iniciativas que organizamos y “sufrimos”. ¿Y si siempre los empezamos con la lectura de un breve texto bíblico? O, en lugar de inventar cosas nuevas, ¿Por qué no empezar a proponer historias bíblicas en los encuentros de niños y jóvenes?
Una última consideración. Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy la Iglesia ha hecho un buen viaje en este sentido, y ya vemos los frutos. Los fieles están más familiarizados con el texto bíblico, la catequesis y la formación cristiana, ya no pueden prescindir de la Palabra de Dios, así como toda la liturgia es rica en ella. En este sentido, ¿por qué no aprovechar y sacar el máximo provecho de lo que ya se ha puesto en el campo y que ha demostrado su relevancia? En algunas diócesis, desde hace décadas, hay una experiencia que muchos deberían imitar, la catequesis bíblica de adultos: ¿por qué no intentar mejorarla y relanzarla? Así como otras iniciativas loables, como las escuelas bíblicas parroquiales, los cursos de formación para laicos, la lectio divina cada vez más extendida como método, etc. La Palabra de Dios viva y eterna, que es el mismo Señor Jesús que continúa urgiéndonos en un diálogo estimulante y proactivo, solo necesita nuestra docilidad para seguirla, de modo que se convierta en el pan cotidiano del que se extraiga siempre nueva energía para el camino de la Iglesia en el mundo.
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