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02 Marzo 2020


Evangelio del día: Mateo 25, 31-46


Mi abuelo me contaba una y otra vez la cena más maravillosa que había tenido: tenía como once años y vivía en el campo con sus papás. Tenían apenas lo necesario para vivir. Había días en que la despensa estaba tan vacía que el almuerzo era una sopa sin carne y la cena, agua de panela. Una noche llegó un viajero a su casa, sonriente a pesar del frío y del cansancio. Llevaba horas caminando y pedía algo de comer. Mi abuelo, que solo era un niño, se compadeció de aquel hombre que sonreía y estaba descalzo con los pies heridos, entonces, quiso ofrecerle algo, pero la despensa estaba vacía. Apenas había un pedazo de panela. Lo único que se le ocurrió fue preparar agua de panela y llevarla al pobre viajero para que se calentara. El peregrino la recibió agradecido y le preguntó que si no tendría algo de comer. Mi abuelo, avergonzado le dijo que no, pero el viajero le insistió, seguramente no habría mirado bien. Entonces, el muchacho, preocupado, regresó a la cocina. ¡Y cuál no sería su sorpresa cuando descubrió en el viejo mueble: arepas, salchichón, queso fresco, frutas, galletas, vino… comida por montones! ¡No lo podía creer! Sirvió un rico plato repleto de todas las delicias para el visitante, pero cuando llegó al comedor, éste ya se había marchado. El pocillo estaba vacío. Esa había sido su cena. El Señor recompensa nuestros actos de solidaridad y ayuda con los necesitados..



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