PRIMERA LECTURA
Del libro de los Números 6, 22-27
El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendecirán a los hijos de Israel: ‘El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré’”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 66
R.Que Dios tenga piedad y nos bendiga.
• Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. R/.
• Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra. R/.
• Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman todos los confines de la tierra. R/.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor.
LECTIO DIVINA
HALLEN MEDITANDO
La primera lectura inicia con una fórmula de bendición: “Que el Señor te bendiga y te guarde” (v. 24). La bendición está rodeada de un ambiente de gracia divina sobre la necesidad humana. Se trata de una oración elevada hacia el cielo para que Dios le conceda a su pueblo misericordia y perseverancia. Tres versos poéticos componen este momento del texto; en ellos, el autor habla de la bendición (bērēḵ), la iluminación del rostro, es decir, la presencia de la gracia (ḥānan) y la paz (šālôm).
Según la tradición del pueblo de Israel, la bendición es una promesa de Dios sobre los fieles (Sal 1, 1-2). Dios derrama su gracia en abundancia sobre el pueblo. En este sentido, el texto es enfático en expresar que la bendición es de Dios y es dada para una comunidad de fe. La segunda sentencia habla del brillo como la benevolencia de Dios sobre su pueblo; por último, la tercera sentencia expresa un sentido de la paz que sugiere la mirada de Dios como su constante presencia en medio de la humanidad. También el Evangelio de Lucas nos habla de la bendición de Dios en el Nuevo Testamento: “Los pastores fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (v. 16).
Después del anuncio sublime del nacimiento del Hijo de Dios, el evangelista presenta una serie de reacciones sucesivas. Primero aparecen los pastores; después, el texto comunica lo que ellos oyeron y, al final, como en un escenario, ilustra la presencia de la Sagrada Familia. María y José están en un silencio contemplativo, los tres aparecen en el lugar humilde del nacimiento y, a la vez, en el espacio elegido por Dios. Según san Lucas, la reacción de los pastores implica, en principio, la constatación de lo ocurrido (Lc 2, 15: “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido, eso que el Señor nos ha manifestado”).
Comprobar la veracidad del mensaje divino implica acelerar el propio camino hacia Dios. Los pastores encuentran al niño y a sus padres en el pesebre. La función de aquellos que “ven” no es constatar lo que ocurrió, sino personificar la actitud del creyente que debe quedarse atónito ante la imagen del Dios humanado. El silencio de la Sagrada Familia se interrumpe con la espontaneidad de aquellos que buscan la certeza del anuncio divino.
Sobre ellos está la mirada estupefacta de personas sencillas y abiertas a la acción salvadora del Hijo encarnado. Ante la reacción impulsiva de los pastores, aparece la ternura contemplativa de María. Ella se describe con dos verbos: “conservar” (syntēreō) y “meditar” (symballō). El primero puntualiza una acción constante de la Madre de Jesús: custodiar.
El segundo presenta a una mujer capaz de comprender el sentido más profundo del actuar divino. En efecto, el evangelista lo especifica con la expresión: “en su corazón” (v. 19). El corazón (kardia) es la imagen del centro de la persona humana. En esta ocasión, es el lugar donde María genera un ambiente de reflexión y de respuesta a su propio sentimiento (Lc 1, 17). María, la Madre de Jesús, descubre la lógica divina y su sentido más profundo, uniéndose al acontecimiento salvífico en un silencio de amor.
LLAMEN ORANDO
Tanto la imagen de los pastores como la de María, me hacen reflexionar en lo importante que es saber escuchar el anuncio de Dios. Él comunica su gracia, pero si no me dispongo para escucharlo, no podrá impactar mi vida. Luego, la manera tan sutil como María vive el asombro divino me lleva a pensar que es fundamental crear espacios para conservar los acontecimientos vividos junto al Señor.
La vida espiritual no solo requiere “conservar” un coloquio constante con el Señor; también le es indispensable meditar, es decir, llegar al centro más profundo de aquello que vive junto a Él. Hoy me queda la tarea de pensar cómo puedo hacer para asumir el modelo de María que me traslada del campo de lo superficial a una auténtica profundidad de la fe en Dios. La liturgia de la Palabra, además, me pide pensarme como Iglesia o comunidad de fe. Al respecto, el silencio de María es una herramienta que me ayuda a cultivar mi vida interior y a abrirme a la acción del Espíritu y de los demás.
LES ABRIRÁN CONTEMPLANDO
Padre eterno, deseo consagrarte este inicio de año. Que mis pasos estén acompañados por ti, mis sentimientos estén dirigidos por tu amor y mi razón esté fortalecida por tu lógica. Me valgo de la intercesión de María, la madre de tu Hijo, para alcanzar mi propósito de estar junto a ti este tiempo que inicio hoy en tu nombre. Acompáñame en mis logros y alegrías y susténtame en mis fracasos y desaciertos. Amén.
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