PRIMERA LECTURA
Del libro de Jeremías 26, 1-9
Al comienzo del reinado de Joaquim, hijo de Josías, rey de Judá, recibió Jeremías esta palabra de parte del Señor: Esto dice el Señor: “Ponte en el atrio del templo y, cuando los ciudadanos de Judá entren en él para adorar, les repites a todos las palabras que yo te mande decirles; no dejes ni una sola. A ver si escuchan y se convierte cada cual, de su mala conducta, y así me arrepentiré yo del mal que tengo pensado hacerles a causa de sus malas acciones.
Les dirás: ‘Esto dice el Señor: Si no me obedecen y cumplen la ley que les promulgué, si no escuchan las palabras de mis siervos los profetas, que les he enviado sin cesar (a pesar de que no hacían caso), trataré a este templo como al de Siló, y haré de esta ciudad fórmula de maldición para todos los pueblos de la tierra’”. Los profetas, los sacerdotes y todos los presentes oyeron a Jeremías pronunciar estas palabras en el templo del Señor. Cuando Jeremías acabó de transmitir cuanto el Señor le había ordenado decir a la gente, los sacerdotes, los profetas y todos los presentes lo agarraron y le dijeron: “Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo acabará como el de Siló y que esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?”. Y el pueblo se arremolinó en torno a Jeremías en el templo del Señor.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Salmos 68
R. Que me escuche tu gran bondad, Señor.
• Más que los pelos de mi cabeza son los que me odian sin razón; numerosos los que me atacan injustamente. ¿Es que voy a devolver lo que no he robado? R/.
• Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre. Porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.
• Mi oración se dirige a ti, Señor, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. R/.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Mateo 3, 54-58
En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga. La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?”. Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: “Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta”. Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.
Palabra del Señor.
LECTIO DIVINA
PARA MEDITAR
Ya conocemos las imágenes usadas por Jesús para describir el Reino y cómo deben coexistir realidades opuestas entre sí. Pues ahora en Nazaret nos queda claro que la enseñanza con sabiduría, poder y autoridad del Reino es así, un acontecimiento que causa asombro, que provoca estupor, que deja atónito a quien lo escucha, que, como la experiencia del amor, es capaz de generar impulsos heroicos o descabellados, de suscitar interrogantes que aturden, de desvelar la cercanía, el roce del misterio, así como de justificar las reacciones más adversas, arriesgadas y temerarias.
La predicación del Reino es un acontecimiento que nos impregna, una proyección divina que todo lo envuelve, una proclamación que provoca una seducción que conduce al asombro, a lo inaudito, que envuelve al mundo en un hálito de jardín paradisíaco. Pero no nos engañemos, la acogida solo nos es posible cuando entra la fe, cuando descubrimos el origen divino de Jesús. De lo contrario bloquearemos su sabiduría y su poder.
PARA REFLEXIONAR
¿Qué realmente impide al ser humano de nuestro tiempo un acceso por la fe al misterio del Reino de los cielos, una apertura a su proclamación, a su sabiduría y a su poder?
¿Cómo provocar el acceso a tan grandiosa proclamación a fin de que muchos entren en él?
ORACIÓN FINAL
Padre, también nosotros nos planteamos preguntas sobre la identidad de tu Hijo Jesús, pues sabemos que es el hijo del carpintero, que posee sabiduría y realiza acciones milagrosas, pero no siempre damos el salto de la fe para descubrir su identidad divina. Danos tu Espíritu Santo para descubrir maravillados su identidad. Amén.
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