Para meditar
A lo largo de la historia de la salvación el ser humano ha buscado ofrecer a Dios sus mejores dones, pero el verdadero don agradable a Dios es aquel que hace presente su misterio, cuando Él mismo se hace ofrenda y se convierte en víctima de expiación y salvación para todos los que confiesan su fe en Jesucristo. La ofrenda querida y agradable a Dios es la integridad de la vida del oferente.
La ofrenda que Jesús presenta a Dios y Padre nuestro, no son dones tomados del fruto de la tierra, sino el fruto del vientre de una mujer, un hijo de hombre. Su ofrenda, entonces, es su propio cuerpo, uno semejante al nuestro en todo menos en el pecado. Su ofrenda agradable a Dios, que es el don de sí mismo, es la obediencia de la voluntad del Padre y el cumplimiento de su misión hasta el extremo: la muerte en cruz.
Quien ofrenda al Señor su propia existencia, una vida abandonada a su voluntad y a la práctica de la justicia, en la espera de la revelación del misterio, verá tarde o temprano al mismo Dios ante sus ojos, contemplará en su vida la tan anhelada salvación y no deseará otra cosa más que vivir desde ya en la eterna presencia del Padre. Toda su espera estará llena de sentido y su vida tendrá significado.
La fiesta de este día no solo nos abre al misterio de la revelación de Dios en la contemplación de su Hijo encarnado como don del Padre a la humanidad, sino que también nos abre a la contemplación maravillosa del misterio del ser humano que se reconoce como ofrenda agradable a Dios en el don de la vida de su Hijo. Ahora podemos reconocernos como agradables y aceptos a Dios y con una gran responsabilidad, pues se nos encarga la misión de ser testigos para los demás de que su vida entera es en adelante don agradable al Padre en su Hijo Jesucristo.
Para reflexionar
● ¿Nuestra vida cristiana es luz que prolonga la presencia de Jesús en el mundo?
Oración final
Señor Jesús: tú que eres luz y signo de salvación para quien te recibe, danos la gracia de configurarnos contigo, para irradiarte en el mundo. Amén.
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