PARA MEDITAR
La revelación de Dios a los pueblos es algo esperado desde antiguo, por eso cada situación y acontecimiento histórico se convertía en lugar propicio para dicha revelación, que como tal está destinada a todas las naciones. El reconocimiento universal de la identidad luminosa de Dios brilla sobre Jerusalén para atraer a todas las naciones al encuentro con el Señor que libera y santifica.
Cuando Dios da a conocer su rostro, se revela como salvador no solo del pueblo elegido, Israel, sino también como luz para todos los pueblos, para los que eran considerados fuera del ámbito de la salvación. El misterio pascual ha destruido de una vez para siempre las fronteras que le ponen límites a la salvación, ofreciendo la buena noticia del Evangelio a los que habitaban en las tinieblas.
Con la llegada del Mesías, rey y salvador, los límites espacio-temporales han quedado abolidos y todos los pueblos de la tierra se sienten convocados a adorar a Dios. La familia de Nazaret presenta al Niño como don de Dios, y éste es reconocido como rey, recibiendo tributos, honores y regalos que tal dignidad comporta. En el Niño de Belén la humanidad reconoce a su Dios y Señor.
La manifestación del Señor nos presenta el reto de ofrecer a todos los pueblos la Buena Nueva de un Dios que se encarna, se hace cercano, que destruye las distancias y nos da un rostro para contemplar, un misterio para adorar y es don que nos vuelve misteriosamente solidarios. La epifanía es don de Dios para la Iglesia y responsabilidad permanente de hacer cercano y accesible al mundo de hoy un Dios que ha decidido compartir en todo nuestra condición, menos en el pecado.
PARA REFLEXIONAR
ORACIÓN
En tu casa, oh Padre misericordioso, he encontrado de nuevo la vida. Y ahora estoy de regreso, he reanudado mi viaje, pero el camino ya no es el mismo que antes; tu Palabra me ha dejado un corazón nuevo, capaz de abrirme, de amar, de escuchar, de acomodarme a tantos hermanos y hermanas que pondrás a mi lado. No lo noté, Señor, pero me hiciste hijo, me hiciste nacer con Jesús. ¡Gracias, Padre mío! Amén.
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