PARA MEDITAR
La identidad de una persona en la mentalidad bíblica está relacionada con su misión y el servicio que presta a la comunidad a la que pertenece. El profeta pertenece a un pueblo, Israel, y dentro de él ejerce su misión al servicio del mismo, pero ésta tiene alcances más allá de los límites territoriales. Él ha de ser luz de las naciones, de modo que los beneficios del pueblo elegido lleguen a todos, sin excepción. La identidad del fundador de la comunidad de Corinto hace de ambos una realidad de pertenencia y de fe cristiana, llamada a la santidad por el mismo Dios. Pero Pablo tampoco limita la acción de Dios a la comunidad de Corinto, sino a todos lo que en cualquier parte invocan su nombre. La gracia y la paz de Dios no son privilegio de una comunidad particular, sino don para toda nación. Jesús es reconocido como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es decir, una misión universal que sobrepasa los límites de de Israel, pues su acción redentora, santificadora y reconciliadora con Dios abarca a todo el mundo, llega a todos los que crean en Él como enviado del Padre. A estos se les concede el perdón de sus pecados y la incorporación en la comunidad de fe. Los textos de la Palabra de Dios nos evocan una realidad fundamental: nuestra identidad como miembros de la comunidad cristiana, cuya fe se centra en el misterio pascual de Cristo y su perdón ofrecido a todos los pueblos. Esta identidad implica una misión: ser testigos de la presencia y la persona de Jesús, anunciándolo y dándolo con las palabras y las obras, haciéndolo presencia redentora por los gestos y palabras de buena nueva que se revelan en nuestra fe hecha vida en medio de los que no creen, pero que buscan con sincero corazón al Dios escondido.
Para reflexionar
Oración final
Bautízame, Señor, con tu Espíritu y déjame sentir el fuego de tu amor. Que el agua recibida en el bautismo disponga mi ser para recibirte a ti, mi salvador. Amén.
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