PARA MEDITAR
La fidelidad al Señor dispone el corazón del creyente para realizar en lo cotidiano toda clase de obras buenas, que expresen una pertenencia al Dios de la vida. Pero no sólo sus obras, sino toda su vida y palabras son reflejo de una dimensión en la vida personal, que no poseen quienes se alejan de la verdad, la justicia y la solidaridad, ellos son quienes hacen visible el misterio de Dios.
Las ideas, preocupaciones e intereses de los que ostentan el poder, se contraponen a la verdad del Evangelio de la vida, ellas no pueden soportar una esperanza que dé pleno cumplimiento a los justos y verdaderos anhelos del ser humano. Ante esto se esfuerza en presentar todos los argumentos posibles para asegurar que la vida se ha de vivir en su plenitud aquí y ahora, olvidando la dimensión trascendente propia de toda persona. Nos corresponde ser testigos de una realidad más allá de todas las vanidades y mentiras de este mundo, una vida plena y de comunión. La resurrección de Cristo no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto.
PARA REFLEXIONAR
ORACIÓN
Señor, tú nos dices que el Padre no es un Dios de muertos, sino de vivos, y que para Él todos viven. Aumenta nuestra fe para creer en la gran promesa de la resurrección. Amén.
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