PARA MEDITAR
La liturgia de la Palabra de este domingo se centra en el tema de la oración. De alabanza, de intercesión o de contemplación, la oración simple y confiable del hombre siempre es preciosa a los ojos de Dios, quien, como buen padre, escucha con gusto las peticiones de sus hijos, aunque ya conoce su contenido.
Como escuchamos en la primera lectura, Él está bien dispuesto hacia el hombre que le ora, al punto de que acepta cambiar sus decisiones, cuando Abrahán intercede por Sodoma y Gomorra. El tema de la misericordia de Dios también está presente en la segunda lectura: estamos vivos, vivimos de la vida verdadera, la de los resucitados con Cristo, solo porque Dios ha tenido misericordia de nosotros y no ha tomado en cuenta nuestros pecados, poniendo atención solamente a nuestra salvación. Por eso, ahora vivimos “para Cristo, con Cristo, en Cristo” y podemos relacionarnos con Dios con plena confianza de ser acogidos y escuchados no por un juez, sino por un Padre que se ocupa con inmenso amor de nuestro bien.
Este domingo, mientras, quizá, estemos absortos tratando de distraernos de la rutina diaria, la Palabra de Dios nos hace detenernos a exponernos con calma y confianza al sol de Dios, el Padre amoroso al cual, como hijos en el Hijo, podemos pedirle todo aquello que necesitamos, con la seguridad de que nos dará lo mejor de sí: el Espíritu.
PARA REFLEXIONAR
¿Qué es la oración para nosotros: una obligación? ¿Una pausa para la búsqueda de nosotros mismo? ¿La presentación a Dios de una lista de peticiones? ¿Un descanso en compañía del Padre? ¿El diálogo sencillo y confiado con Aquel que me ama?
ORACIÓN
Padre bueno y santo, tú nos llamas a compartir el único pan vivo y eterno que se nos ha dado del cielo: ayúdanos a saber compartir también en la caridad de Cristo el pan terreno, para que se sacie toda hambre del cuerpo y del espíritu. Amén.