PARA MEDITAR
Cuando Dios decide estar “con nosotros”, en medio de su pueblo y comunidad, no se conforma sólo con su Palabra, sino que quiere habitar con los suyos, a su lado, haciéndose hombre. Isaías anuncia una cercanía extrema de Dios a su pueblo. El nacimiento de un hijo será señal de que, por mediación de aquel, Dios se hace presente para ofrecer la salvación y la paz.
El nacimiento de Jesús, aun cuando es de origen divino por la intervención del Espíritu, acontece dentro de los parámetros de la condición humana. Él nace de una mujer, de una descendencia, como fruto maduro de una esperanza de siglos. Él es de nuestro linaje, de nuestra condición. Él da plenitud, hace partícipes a los suyos de su divinidad y del amor eterno del Padre que lo envía.
Pertenecer a una descendencia es poseer una identidad, tener una misión, ser llamado a una vocación especifica. Jesús, al nacer de María, se inserta en lo más profundo de nuestra historia, en un caminar que tiene una meta, la plenitud de la vida. Él viene a hacer visible el anuncio del Dios con nosotros, porque es el tan esperado Emmanuel, que habita en medio de nosotros, Dios encarnado.
Al acercarse la Navidad, la liturgia invita a estar atentos para contemplar maravillados a un Dios que se hace pequeño, nace de una virgen, de una historia cargada de fidelidades e infidelidades, de una pareja que no entiende, pero que descubre la presencia del misterio en lo cotidiano e incomprensible. Proclamemos la inminente llegada del Dios con nosotros con el corazón dispuesto al misterio, con las manos llenas de bendición preparando el terreno, sembrando esperanza, haciendo visible el amor, abriendo perspectivas de futuro a quien perdido el sentido de la vida.
PARA REFLEXIONAR
ORACIÓN
Señor, haz que la llegada del Mesías, encarnado en el seno de María Virgen, disponga nuestro corazón para acoger con fe el misterio de salvación. Amén.
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