PARA MEDITAR
En este domingo celebramos con fe, alegría y esperanza la solemnidad de la Ascensión del Señor. Es un momento importante en la vida de los discípulos porque les permite reafirmar su fe y su confianza en el Maestro y, además, les da fortaleza y alegría porque pronto Jesús les enviará el Espíritu Santo, que será para ellos fuente de nueva vida.
La palabra de Jesús, pronunciada en la historia, no se detiene. Tiene necesidad de anunciadores. Y los apóstoles van, enviados en el nombre santo de Dios. Van a todas las gentes. No ya a un pueblo elegido, sino a todos los hombres elegidos. Van a sorprender por la espalda a sus hermanos y a convertirlos, a ponerlos de frente y decirles: ¡Todo se te ha perdonado, puedes volver a la vida divina, Jesús ha muerto y resucitado por ti! No es una invención la fe. Vengo de Jerusalén. He visto con mis ojos, lo he experimentado en mi vida. No te cuento otra cosa que mi historia, una historia de salvación.
Las promesas de Jesús se cumplen. Él se va, pero no deja huérfanos a sus amigos. Sabe que tienen necesidad de la presencia constante de Dios. Y Dios vuelve a venir al hombre. Esta vez no ya en la carne, sino invisiblemente en el fuego de un amor impalpable, en el ardor de un vínculo que jamás se romperá. El esplendor de la sonrisa de Dios, el Espíritu Santo. Revestidos de Cristo, revestidos del Espíritu, los apóstoles no tendrán ya miedo y podrán finalmente seguir adelante.
PARA REFLEXIONAR
ORACIÓN
Señor, comprendemos que la evangelización exige una profunda espiritualidad, autenticidad y santidad de testimonios, personas maduras en la fe; haznos capaces de compartir para hacer de la propia experiencia de fe un lugar de encuentro y de crecimiento que construya relaciones profundas y abiertas a lo eclesial, al mundo, a la historia. Amén.
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