Dios acompaña a su pueblo en cada momento de la historia y le da el aliento para que, en medio de las dificultades, retorne a Él, que es descanso y fuente de consuelo. De igual manera, acompaña también la vida, el destino de cada creyente, poniéndose a su servicio: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Hablémosle siempre, sin dudar, en actitud de humildad y agradecimiento, “ten compasión de mí” y haz “que pueda ver”. Pues recobrar la visión es aprender a ver sus maravillas, a superar el pesimismo y la falta de fe, a poner toda la confianza en sus promesas, a no dejarnos invadir por la tristeza o la angustia ante las pruebas de la vida.