La liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre el sentido de la misión, como forma de anunciar y hacer presente en la historia las maravillas de Dios. Él es quien llama, envía y asiste a sus elegidos. El profeta Ezequiel es llamado por Dios y enviado a anunciar una advertencia: que a pesar de su obstinación y rebeldía, el pueblo “no dejará de escuchar” la Palabra divina, ni carecerá de profetas que hablen en su nombre y denuncien las injusticias. La palabra del profeta es látigo que golpea la conciencia del pueblo. Por su parte, Pablo explicita que las “debilidades” se convierten en “fortalezas” cuando se es capaz de entender los sufrimientos como parte de la misión que Dios nos encomienda, pues no se trata de una simple iniciativa personal, sino como efecto de la gracia y misericordia de Dios, que escucha las súplicas y está presto a responderlas.