Hablar del “Espíritu Santo” es hablar de la experiencia de Dios en nosotros, pues el Espíritu es Dios actuando en nuestra vida; una acción que se produce casi siempre de forma escondida, silenciosa, pero cuya presencia se visibiliza en una alegría desbordante y confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Y el signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es “dador de vida”: resucita lo que está muerto, despierta lo dormido, pone en movimiento lo pasivo. De Dios siempre estamos recibiendo “nueva energía para la vida” (J. Moltmann).